Brujería: los fundamentos intelectuales


     A finales del siglo XVI la mayoría de los europeos cultos creía que las brujas pactaban con el diablo, el cual les otorgaba el poder de realizar maleficios. El diablo se aparecía a la bruja, en forma de un hombre hermoso y bien vestido y la seducía con la promesa de recompensa material o placer sexual. La bruja renegaba de su fe cristiana, pisoteando la cruz y siendo rebautizada por el demonio. A continuación rendía homenaje al diablo, inclinándose ante él (a menudo hacia atrás) o besándole el trasero. Como signo de su lealtad, el demonio grababa en el cuerpo de la bruja una marca distintiva, en algún lugar oculto.


El ósculo infame en una miniatura del Compendium maleficarum de Francesco Mario Guazzo, 1608

      Una segunda creencia aceptada por la mayoría de los europeos cultos era que las brujas, tras haber concluido el pacto con el diablo, se reunían periódicamente con otras –a veces por centenares o incluso por miles- para realizar una serie de ritos blasfemos, atroces y obscenos. Acostumbraban a sacrificar niños al diablo y luego se comían los cuerpos de las criaturas, bailaban desnudas y mantenían trato sexual con el diablo. En algún momento de la asamblea podía realizarse una parodia de la celebración eucarística cristiana. Las brujas podían servirse del poder del demonio para volar por el aire y llegar rápidamente a sus reuniones.


Visiones de Fausto de Luis Ricardo Falero (1851-1896)

      Como ya hemos dicho, estas creencias de las relaciones entre las brujas y el diablo eran propias de las clases letradas y dirigentes y no del pueblo llano. Su formulación efectiva fue obra de teólogos, filósofos y abogados y las personas que las aceptaban eran jueces, clérigos, magistrados y señores Una vez que se les habían expuesto estas ideas a los campesinos, no tuvieron dificultades en aceptarlas, sobre todo la idea de una campesina miserable que hacía un pacto con el diablo para mejorar su suerte y asistir a una orgía indecente destinada a obtener placer culinario y sexual. Pero las creencias principales de los campesinos siguieron refiriéndose a la magia.

      La gran caza de brujas europea no pudo producirse hasta que los miembros de las elites dirigentes de los países de Europa, en especial los hombres que controlaban la actuación de la maquinaria judicial, aceptaron las diversas creencias, descritas brevemente más arriba, relativas a las actividades diabólicas de las brujas. El delito de maleficium no era lo bastante serio para que se diera la caza intensiva de brujas, por lo que fue necesario que la clase dirigente creyese que el delito era de la máxima magnitud, la traición a la fe cristiana y la adoración del diablo.

      a). El concepto acumulativo de brujería

      1. El diablo

      La gente culta creía que las brujas adoraban al diablo, con quien realizaban un pacto del que obtenían poderes mágicos. Cuando el cristianismo se hizo grande, los Padres de la Iglesia asignaron al reino de Satanás todas las religiones con las que competía. El arte cristiano contribuyó a la difusión del diablo mediante sus numerosas representaciones visuales. Los cristianos comenzaron a pintar el demonio tal como los paganos describían a sus dioses. En la Edad Media se pintó siguiendo las descripciones de los teólogos cristianos, más que la imitación de dioses paganos. Se pintaba al demonio en negro, por la asociación tradicional del negro con el pecado. Las alas derivaban de la condición del demonio de ángel caído y no del hecho de que muchos dioses paganos fueran igualmente criaturas aladas. Sin embargo, muchos de los rasgos comúnmente atribuidos al demonio fueron en origen los de los dioses paganos: la barba de chivo, las pezuñas partidas, los cuernos, la piel arrugada, la desnudez y la forma semianimal. Rasgos que nos recuerdan al dios grecorromano Pan o al Cernudo celta, mientras que los senos de mujer que suelen aparecer en las representaciones pictóricas inglesas del diablo en el siglo XVII procedían casi con seguridad de la diosa de la fertilidad Diana.


Baphomet según Eliphas Lévi.

      Ya hemos visto como las confesiones de las brujas les fueron sugeridas por el inquisidor o el juez, cuando no arrancadas por la tortura, sobre la adoración del diablo como dios por la bruja. El nombre más corrientemente utilizado para referirse al diablo era el de Satanás, aunque también se utilizó el de Lucifer –la estrella de la mañana-, nombre con el que se designaba a Satanás antes de la caída. Entre los principales demonios estaban Belcebú, Leviatán, Asmodeo, Belial o Behemot.  Los cristianos de las edades Media y Moderna creían en la existencia de un gran número de diablos, demonios o espíritus malvados que ayudaban al Demonio. Alfonso de Espina, teólogo español del siglo XV, en su Fortalitium fidei escrita en 1458, propuso un total de 133.306.668. Sigmund Feyerabend en Theatrum Diabolorum 1569 calculó que existían 26.000 millones de demonios.


     Según los escolásticos, los demonios, como los ángeles, eran espíritus puros y no estaban dotados de carne ni sangre. No obstante, podían tomar la apariencia de un cuerpo humano o animal mezclando el aire con diversos vapores procedentes de la tierra, consiguiendo así crear un cuerpo incorpóreo o aéreo. Este cuerpo tenía realidad física y podía bailar o realizar el acto sexual. Según algunos demonólogos, el diablo podía incluso procrear utilizando semen tomado de otro hombre, aunque esta opinión fue muy controvertida como podemos ver en Nicolas Rémy, Demonolatreiae o en Kramer y Sprenger, Malleus Maleficarum.  La peculiaridad de su cuerpo explica porque se decía que el diablo y sus numerosos demonios íncubos o súcubos se mantenían fríos durante la relación sexual. Así, pues, para explicar la frialdad de los órganos sexuales del diablo no es necesario postular que las brujas utilizaran falos de piedra como parte de algún tipo de rito de fertilidad; basta la opinión teológica de su carencia de sangre. La frialdad también podía atribuirse a que el demonio utilizaba agua congela para formar el cuerpo humano o utilizaba el cuerpo de algún cadáver (R. Masters, Eros and Evil, Nueva York, 1966). Además de adoptar la apariencia de un ser humano o un animal, el diablo o sus demonios podían tomar posesión real de cuerpo de una persona o introducirse en él.


Muller nua i un íncub, Inkubus. Photoshop 2005

       La posesión demoníaca podía producirse a consecuencia de las acciones de una bruja, la cual tenía potestad para ordenar al diablo que poseyera a una víctima en virtud del pacto concluido entre ambos. Uno de los poderes más importantes del diablo era su facultad de provocar ilusiones. El diablo podía desplazar sustancias, imágenes y humores diversos. Del mismo modo que era capaz de comprimir y espesar el aire, podía también tomar las imágenes almacenadas en las mentes de las personas e imprimirlas en sus facultades intelectuales, de forma que les pareciera estar viendo algo que no se hallaba realmente presente. Los escoláticos subrayaban que muchos de los efectos maravillosos producidos por el diablo eran meras ilusiones creadas por él. Esto es lo que ocurría cuando convertía a las personas en animales o privaba a un hombre de su miembro viril. No tenía la facultad de cambiar la sustancia de las cosas o realizar milagros. Tampoco podía crear ninguna forma de vida nueva. El diablo no era igual a Dios, capaz de crear la materia y, quien afirmaba que eran iguales, eran herejes dualistas, como los maniqueos o los cátaros. Jean Gerson fue el principal responsable de que en 1398 la facultad de la Universidad de París declarase a todos los magos, tanto benéficos como nocivos, culpables de idolatrar al demonio. Johannes Nider, teólogo dominico e inquisidor,  discípulo de Gerson, escribió entre 1435 y 1437 el Formicarius, en la que describe a las brujas y brujos como mujeres y hombres que no sólo hechizan sino que, además, honran al diablo, reniegan de su fe cristiana y pisotean la cruz.

      2. El pacto con el diablo

      El concepto acumulativo de brujería fue definido por Brian P. Levack en La caza de brujas en la Europa Moderna, se basa en cuatro aspectos fundamentales: el pacto con el diablo, el aquelarre, los vuelos, y por último, las metamorfosis. Antes de analizar la naturaleza del pacto con el diablo, sería necesario determinar quién era el socio, con quién establecían dicho pacto, así como su poder espiritual y los atributos que le concedían los europeos.

      La idea central de dicho concepto es la creencia en que las brujas establecían pactos con el diablo. El pacto no solo suministró la base de la definición legal del delito de brujería, sino que vinculó la práctica de la magia nociva con el supuesto culto al diablo. Esta idea puede encontrarse en los escritos de San Agustín, pero no se difundió por Europa Occidental hasta el siglo IX, cuando se tradujeron al latín diversas leyendas referentes a dichos pactos. En éstos, la parte humana establecía un acuerdo similar a un contrato legal según el cual el diablo proporcionaba salud u otra forma de poder terrenal a cambio de servicios y la potestad sobre el alma después de la muerte. En algún caso el pacto implicaba conseguir poderes mágicos.


San Agustín y el Pacto con el Diablo, de Michael Pacher. Entre 1471 y 1475

      El nexo entre magia y pacto demoníaco se hizo más patente en los siglos XII y XIII, cuando la traducción de gran número de libros de magia islámicos y griegos provocó un incremento impresionante de la práctica de la magia.. La magia, que utilizaba el conjuro y el control de los demonios, se designaba con el nombre de necromancia, término que significaba evocación a los espíritus de los muertos. La magia ceremonial se practicaba básicamente en las cortes reales y papales. Estos magos utilizaban la evocación de demonios con el fin de adquirir conocimientos secretos o prohibidos. Los métodos de conjuro implicaban la fidelidad a una fórmula escrita cuyo propósito era el de atrapar al demonio dentro de una botella, un anillo o un espejo y ordenarle luego que proporcionara la ayuda deseada.


Pacto con el diablo. Goya

        La condena de este nuevo tipo de magia fue obra de los teólogos escolásticos, que consiguieron una notable ayuda del papado y de inquisidores como Nicholás Eymeric. La clave de la argumentación escolástica fue la afirmación de que los demonios no proporcionaban servicios sin exigir nada a cambio. Los magos mostraban respeto por los demonios, a quienes ofrecían algún objeto físico, como una gallina o su propia sangre, para atraerlos a su servicio. La conclusión que la escolástica dedujo de ello fue que la práctica totalidad de los magos establecía pactos con el diablo. El mago era un hereje, ya que negaba a Dios, y un apóstata, porque renunciaba a su fe cristiana cuando accedía a adorar o servir al diablo. El mago, que se había transformado gradualmente en brujo, pasó a ser mucho más sirviente que señor del diablo. El rey Jacobo VI de Escocia afirmaba que las brujas son sólo siervas y esclavas del diablo; opero los nigromantes son sus señores y dueños. Esta consideración se extendió a los maleficia que se practicaban en el campo. Resulta interesante señalar que cuando el mago-señor se transformó en bruja servil, el sexo del malhechor cambió de varón a hembra.


Grabado que muestra a Fausto y Mefistófeles realizando el pacto. Biblioteca Nacional,  Madrid

      3. El aquelarre.

       Por lo que respecta al segundo integrante del concepto acumulativo de brujería, el aquelarre, se trata de la convicción de que las brujas que habían pactado con el diablo le rendían culto colectivo y participaban en varios ritos blasfemos, inmorales y obscenos. Esta idea no estaba tan extendida como la del pacto y resultaba menos uniforme en sus diferentes expresiones.  Existen unas raíces psicológicas comunes que determinan que en todas la culturas se generen mitos sobre personas que subvierten las normas morales y religiosas de la sociedad. La creencia en la existencia de tales individuos es necesaria para determinar cuáles son esas normas, para reforzar las que son generalmente aceptadas. Como todas las sociedades comparten algunos valores morales similares, las pesadillas que sufren también poseen rasgos comunes, como la practica del canibalismo infanticida -considerado como el máximo delito moral-, o bailar desnudos... elementos de esa pesadilla común o incluso universal. 


El aquelarre. Goya

      El aquelarre representa una inversión de las pautas morales de la sociedad, aunque esto puede variar dependiendo de la sociedad, pero goza de características comunes en todas. El aquelarre europeo posee características que provienen de la influencia del cristianismo medieval. La fuerte insistencia en los aspectos eróticos del aquelarre –la relación carnal con el diablo y el predominio de actividad promiscua heterosexual y homosexual entre brujos y brujas- deriva de la actitud desfavorable de la iglesia medieval y moderna hacia el sexo. La parodia de la misa católica que aparece en muchas asambleas francesas, españolas y italianas, muestra el miedo cristiano hacia la burla de su ceremonia más sagrada. La parodia nunca supuso la celebración de una misa negra, ceremonia que algunas brujas modernas realizan en la actualidad sobre el cuerpo de una mujer desnuda. Tampoco se ha demostrado que se haya celebrado en aquella época un aquelarre, pero supuestamente, en esas ceremonias, se recitaba al revés el Credo niceno, mientras que el oficiante se colocaba cabeza abajo y se utilizaban expresiones como “Marchad en nombre del diablo”, se bendecía a la congregación con un hisopo negro o se consagraba una hostia hecha con asaduras, nabos o alguna sustancia negra.


Grabado de Goya en el que una bruja desnuda cabalga a lomos del Diablo en forma de macho cabrio que a su vez "monta" a otras brujas situadas debajo.

       Podríamos encontrar su origen en las invenciones retóricas que realizaron los monjes contra los herejes  cataros y valdenses en los siglos XI y XII. Estos monjes, amenazados por la difusión de estas herejías, trazaron deliberadamente un cuadro de sociedad antihumana y herética con el fin de impedir el desarrollo de tales movimientos y estimular su supresión. El monje Ralph de Coggeshall copió la imagen que habían hecho los romanos de los primitivos cristianos a quienes consideraban miembros de una organización secreta que practicaba el infanticidio caníbal y el incesto. Una segunda fuente fue la imagen de los herejes que dieron los escritores patrísticos, como idólatras e hijos de Satanás. Un tercer principio lo constituyó la convicción de las autoridades que los herejes se reunían en secreto, acusación fundamentada en el fracaso de su busca. Un cuarto fundamento fue el contenido doctrinal de la herejía; por ejemplo, los cataros eran dualistas y exageraban los poderes del diablo y, en especial, su dominio sobre el mundo material. A través de dichas fuentes se construyó en los últimos años del siglo XII y principios del XIII un estereotipo del hereje como adorador secreto del diablo, nocturno y sexualmente promiscuo. Estas acusaciones habrían surgido por primera vez en Francia, en el siglo XIV, en los juicios cataros, aunque se sabe que tanto los juicios como las confesiones de los cataros fueron falseadas, lo cual nos hace dudar de que aquí ya se hubiese realizado la fusión de maleficia, por un lado, y secretismo y práctica colectiva de la herejía por otra.



Dos imágenes de Pierre de Lancre, aquelarre del Tableau de l’Inconstance des Mauvais Anges et Demons…, 1613.

      Según Brian P. Lovack, donde se realizó ese nexo fue en el juicio de Alice Kytler y sus cómplices en Kilkeny (Irlanda) en 1324-1325. Kytler fue acusada de practicar numerosos maleficia que entrañaron el asesinato, con el fin de aumentar su fortuna. También fueron acusados de pertenecer a una secta de herejes que se reunía secretamente de noche, renegaban de la fe cristiana y ofrecían sacrificios a los demonios. No fueron acusados de canibalismo infanticida, pero sí se les imputaron los cargos de haber preparado bebedizos con ropas de niños muertos sin bautismo y con la grasa extraída de cadáveres humanos. Por otra, parte, podemos ver que en este caso   todavía no ha cuajado definitivamente el concepto acumulativo de brujería, pues faltan los vuelos nocturnos para acudir a las reuniones. La secta a la que permanecían era más reducida que las posteriores agrupaciones de trece brujas (coven), ya que sólo constaba de diez personas. También faltaba el canibalismo y no aparece explícitamente el pacto con el diablo. No obstante, el caso representa un hito en la formación de las ideas cultas acerca de la brujería, pues refleja por primera vez la creencia de que los malifici estaban organizados en una secta herética que rendía culto al diablo y nos sitúa, según ha mantenido Norman Cohn en Europe’s Inner Demons (Londres, 1975), en el umbral de la gran caza de brujas.


Brujas de Cornualles de la secta de 'Doc' Tony Shiels en un ritual en los bosques cerca de la iglesia de Mawnan.

      Un segundo caso es el ocurrido en Boltingen (Suiza) entre 1397 y 1406, en el que se enjuició a un hombre llamado Stedelen por ejecutar maleficia que incluían la destrucción de las cosechas, la esterilidad del ganado y otros cargos. También fue torturado como Kytler y confesó no sólo los maleficios, sino la evocación de demonios y su pertenencia a una secta herética de adoradores del diablo, que renegaban de la fe en Cristo y asesinaban a niños, utilizando pociones para hacer ungüentos mágicos. A diferencia de Kytler, Stedelen y sus cómplices no eran miembros de las clases altas, sino personas corrientes. El juicio se celebró en un tribunal civil de la ciudad de Berna y el juez fue Peter von Greyerz. La acusación de Stedelen no fue el de herejía, como en el caso de Kytler, sino el delito civil de magia. Este caso, así como otros seguidos por el juez Geyerz sirvieron de base para que Nider hablase de una secta de malefici en la región de Berna y Lausana.





Sabbat de brujas en París, hacia 1910

      Vemos como las acusaciones colectivas de apostasía y culto al diablo aplicadas en estos casos, pierden su vinculación con la herejía y se asocian exclusivamente a la magia. A medida que se fueron descubriendo las prácticas y creencias de los herejes, estas acusaciones sensacionales se trasladaron a los magos y a las brujas. En el siglo XVI, a medida que las brujas fueron perdiendo su vinculación con la magia, y aparecieron como adoradoras del demonio, estos cargos se aplicaron exclusivamente a ellas.

      Por lo que respecta al origen de la palabra aquelarre, la hipótesis de Mikel Azurmendi de que no es una palabra vasca, sino una construcción culta emanada del lenguaje jurídico culto, ha sido corroborada recientemente por Henningsen. Éste afirma que se trata de una construcción erudita de principios del siglo XVII. Incluso precisa la creación de dicho término datándola entre el 14 de febrero de 1609, en que el Tribunal de Logroño recibe un nuevo grupo de presos de Zugarramurdi, y el 22 de mayo del mismo año, en que la palabra aparece por primera vez. Ha sido posible detectar como probable “inventor” de la palabra, al inquisidor Juan del Valle Albarado (G. Henningsen: “El invento de la palabra aquelarre”, en VV.AA., Historia y humanismo. Estudios en honor del profesor Dr. D. Valentín Vázquez de Prada, vol. I, Pamplona, 2000, p. 351-359; M. Azurmendi: “La invención de la brujería como akelarre”, Bitarte. Revista cuatrimestral de humanidades 4 (1995), p.15-37.] .

      4. Los vuelos.

       La cuestión de los vuelos proporcionaba una explicación a la facultad de las brujas para asistir a reuniones nocturnas secretas en zonas remotas sin que se detectara su ausencia. Cuando el aquelarre tenía lugar en países distantes y el número de participantes era excepcionalmente grande, se recurrió como corolario necesario a la creencia en la capacidad de las brujas para volar. Por ejemplo, los aquelarres celebrados en Terranova por los campesinos del Pays de Labourd (H.C. Lea: Materials toward a History of Witchcraft, vol. 3, Nueva York, 1953, p. 1296).


William Mortensen, Monsters & Madonnas. A Book of Methods (San Francisco, CA: Camera Craft Publishing Company, 1936), contiene la imágen de arriba titulada “Preparation for the Sabbot” [sic].

      La convicción de que las brujas podían volar tenía orígenes mucho más netamente populares que la creencia en el pacto con el diablo. En la época clásica se creía que ciertas mujeres podían transformarse de noche en lechuzas (strigae) que acostumbraban a devorar niños (Recordar el tema valenciano de les “obiles” y cómo chupan el aceite de las campanas). Esta creencia de brujas nocturnas voladoras estuvo extendida entre los pueblos primitivos del mundo moderno, e imperaba entre los pueblos germanos incluso antes del periodo de influencia romana. Las strigae también eran conocidas como lamiae, en referencia  a la mítica reina de Libia, amada de Zeus, que sorbía la sangre a los niños en venganza porque Hera le había asesinado los suyos. Este tema nos recuerda al temor universal que sienten las madres de que sus hijos caigan en las garras de una mujer mayor, experimentada sexualmente, y cuyo único interés sea aprovechar la juventud y el sexo de sus hijos.

      Otra creencia extendida por Europa era la de las cabalgatas nocturnas e las mujeres. Tema estudiado por Carlo Ginzburg y que ampliaremos posteriormente.  Muchos pueblos centroeuropeos creían que las mujeres salían de noche en una cabalgata nocturna, denominada a veces “cacería salvaje”, con Diana, la diosa romana de la fertilidad (identificada con Hécate, la diosa del mundo subterráneo y la magia) a la cabeza. En la Alemania medieval, Diana solía representarse como Holda o Perchta, diosa que podía ser a la vez aterradora o nutricia. Así como diana, diosa virgen, podía matar a sus posibles amantes y transformarlos en animales, Holda dirigía por el cielo una “horda furiosa” compuesta por quienes habían muerto prematuramente. Sin embargo, cuando realizaba sus cabalgatas por tierra, desempeñaba siempre funciones bienhechoras, las llamadas “señoras de la noche”, mujeres misteriosas dirigidas por una reina que visitaban los hogares con intenciones benéficas. Según Ginzburg estas manifestaciones folclóricas eran pervivencia de un antiguo culto a la fertilidad que tenía como base la creencia de que era necesario no olvidar y recordar a los difuntos, ya que estos devolverían los favores a los mortales haciendo que tuvieran buenas cosechas y abundancia de animales. Cuando la elite culta acabó por aceptar la realidad de tales actividades, estas mujeres crédulas resultaron fácilmente sospechosas de tales actividades y fueron acusadas de brujería. Otra vez, de manera indirecta, sin quererlo reconocer, Brian P. Lavack menciona como antecedentes de las brujas a las mujeres centroeuroepas, alpinas y del norte de Italia que practicaban, o mejor, recordaban un culto primitivo, una religión oscura practicada en la prehistoria europea.


La procesión de los hipócritas: La Divina Comedia, canto 23 (Infierno). Gustave Doré

      La iglesia medieval pensaba que tales creencias no tenían ningún fundamento real, pero, sin embargo, no debían tomarse a la ligera, pues quienes las mantenían eran herejes. Una actitud que podemos ver en el Canon Episcopi, conjunto de instrucciones escritas en el siglo X por Regino de Prüm. A lo largo de la baja Edad Media la actitud culta hacia la creencia en las strigae y las señoras de la noche acabaron fundidas. Primero las señoras de la noche pasaron a perpetrar infanticidios caníbales, mientras que su comitiva o cabalgata a lomo de animales se convirtió en un vuelo aéreo. La fusión de ambas ideas se puede observar ya para el siglo XII en la obra de Juan de Salisbury, pero no se completó hasta el siglo XV. En segundo lugar, la elite culta, que anteriormente había mantenido que las actividades descritas por el pueblo llano ocurrían solo en sus sueños, comenzó a defender su realidad física. Los visitantes sobrenaturales fueron ahora, en su opinión, demonios que tomaban efectivamente la apariencia de seres humanos. Las mujeres que antes habían soñado volar de noche, volaron ahora realmente y la fuerza de transporte era proporcionada por el diablo. La explicación para este cambio de actitud es que fue un producto de la demonología escolástica, una vez que hubo definido al diablo como dotado de poderes extraordinarios sobre el movimiento, la consecuencia natural era su facultad de hacer que las personas se movieran por el aire. El tercer cargo, consecuencia en parte de los otros dos, fue la fusión de las ideas de las strigae y de la comitiva de Diana con la creencia en una secta secreta e inmoral de magos adoradores del diablo. Esta síntesis se realizó a comienzos del siglo XV.

      Sin embargo, la actitud escéptica sobre la posibilidad física de los vuelos humanos nunca fue totalmente rechazada, ni siquiera en círculos escolásticos, como lo confirma el largo debate del Malleus Maleficarum sobre la capacidad de los demonios para transportar brujas de un lugar a otro: los autores aceptaron que algunas brujas eran transportadas sólo en su imaginación. La supuesta metamorfosis de la brujas en animales, idea derivada de la noción de strigae, era el resultado de una confusión de la facultad imaginativa, es decir, una alucinación provocada por el diablo y no una transmutación real de sustancias, algo que sólo podía hacer dios. En el siglo XVI, de acuerdo con la conclusión del Malleus, las brujas podían ser transportadas tanto corporalmente como en su fantasía. Las brujas podían ser transportadas de un lugar a otro por el diablo, en forma de macho cabrío o de algún otro animal fantástico. Quienes siguieron manteniendo la antigua actitud del Canon Episcopi para todos los casos fueron los humanistas escépticos de mediados del siglo XVI.


Los caprichos de Goya

      Las brujas montaban palos que podían estar ahorquillados como una vara de zahorí, mucho más raramente aparecían  a caballo de horcas o tridentes, símbolo asociado con el diablo y que deriva del tridente de Poseidón. De todos los medios de transporte de las brujas, el que se ha citado con más frecuencia ha sido la escoba, un símbolo falico, utilizado en antiguos ritos de fertilidad, sugiriendo así asociaciones con antiguas diosas. A veces se representaba a las brujas volando a través del viento o por sus propias fuerzas. En algunos casos se informó de la utilización de ungüentos para volar, planteándose así la cuestión de si las unturas contenían alucinógenos que provocaban a las brujas la sensación de estar recorriendo grandes distancias, y hasta, la fantasía de su presencia en el aquelarre. Los experimentos realizados en el siglo XX con los ingredientes enumerados en las recetas para éstos ungüentos han demostrado que contenían atropinas y otros tóxicos que, en contacto con la piel, pueden producir una gran euforia, fantasías y alucinaciones ( M.J. Harner: “The role of hallucinogenic plants in European witchcraft” en M.J. Harner (ed): Hallucinogens and Shamanism, Londres, 1973); una explicación que ya fue propuesta en el siglo XVI por algunos escépticos como Johann Weyer, y el humanista Pedro de Valencia quien explicaba las supuestas visiones mágicas como ilusiones, efecto de drogas,  negando toda intervención del Diablo. Muchos relatos primitivos sobre el uso de ungüentos para volar muestran que la untura se aplicaba al palo o a la escoba de la bruja y no directamente a su cuerpo, según Kieckhefer en European Witch Trials. Esto es la causa de que Harner en Hallucinogens and Shamanism mantenga que el palo servía como instrumento de aplicación a las sensibles membranas vaginales, sin quedar claras las razones prácticas de la elección de tal método.


     Brian P. Levack afirma que los excrementos de sapos, considerados por las brujas vascas espíritus auxiliares, pueden tener un efecto alucinógeno (p. 77). La piel se sapo contiene un alcaloide tan potente como la muscimola: la bufotenina.  Pero lo extraño de la afirmación de B.P. Levack es que alude a las brujas vascas como si fuesen un colectivo real, un grupo de expertas en brujería, profesionales de las artes mágicas, casi un grupo organizado, lo que evidencia una incoherencia con sus afirmaciones de que nunca se encontraron pruebas de la existencia de brujas organizadas participantes en aquelarres nocturnos.

      6. La metamorfosis.

      Y por último, una creencia popular estrechamente relacionada con el vuelo y que nunca se integró plenamente al concepto acumulativo de brujería fue la de las metamorfosis. Muchas personas afirmaban que se transformaban en animales, especialmente en lobos, y que salían por las noches a combatir contra las brujas malvadas. Este fenómeno constituiría la versión masculina del culto extático: las batallas nocturnas entre licántropos y brujas; los benandanti contra las brujas y brujos; kresnik contra vampiros; táltos húngaros, los cuales nos conducen fuera del ámbito indoeuropeo; burkudzäutä osetas y finalmente brujos circasianos contra abjasos. Por analogía, Carlo Ginzburg integra en este culto a los brujos rumanos (strigoi), a los mazzeri de Córcega y a los kallikantzaroi de Quíos. Todos estos seres han sido comparados en varios estudios con los chamanes euroasiáticos, así lo hacen Mircea Eliade y Carlo Ginzburg con los benandanti masculinos; G. Róheim y V. Diószegi con los táltos; Klaniczay en su “Shamanistics elements” con los kresnik; G.H. Scubert con los licántropos; E. Benveniste con los burkudzäutä y Ravis-Giordani con los mazzeri (Ver página 356 de Carlo Ginzburg. Historia nocturna. Las raíces antropológicas del relato. Ediciones Península. Barcelona 2003). 


       En los países eslavos y germanos se comprueba la existencia de rituales practicados por grupos de jóvenes disfrazados, objeto de furor extático, convencidos de personificar al ejército de los muertos. La metamorfosis animal tiene sus raíces en las experiencias chamánicas: la identificación a través de una experiencia extática del chaman con el lobo ha dado lugar a la vinculación de un clan o tribu con este animal.  Durante las ceremonias y danzas rituales, los bailarines llevan máscaras y vestidos de lobo y sus movimientos imitan los del animal mítico y las acciones heroicas que dieron lugar al nacimiento del clan. Desde su punto de vista, los miembros de estos clanes son auténticos hombres y mujeres lobo. Como también lo son, desde el suyo, los integrantes de las sociedades secretas de guerreros lobo como los berserkir del mundo antiguo islandés, guerreros terribles, que saltaban al combate semidesnudos, cubiertos de pieles (la palabra berserk significa "camisa de oso") en estado de trance, aullando como bestias, los berserker se lanzaban al combate con la boca espumeante y mordiendo salvajemente sus escudos. Su sola presencia aterrorizaba a sus rivales. Existían diferentes categorías entre ellos: algunos eran guerreros oso; otros, no menos terribles, eran conocidos como ulfhednar ("pellejos de lobo"), es decir,  guerreros lobo. Veremos como en ellos reconocemos las apariciones del “ejército furioso”, de “la caza salvaje”…es decir, a la compañía de los difuntos, y a los integrantes de una sociedad que batalla en pos de la fertilidad. La imagen del licántropo como protector de la fertilidad contradice el presunto núcleo agresivo del mito.


Berserker según el juego de ordenador Unreal Engine 3


Berserker en Gears of War de James Ryman

       Dicha creencia en la realidad física del cambio de forma no fue aceptada en general por los intelectuales de la época moderna. Jean Bodin fue uno de los pocos que la aceptaron, pero sus ideas fueron rechazadas por Pierre Le Loyer y Martín del Río entre otros, que se basaban en que era producto de la ilusión demoníaca. Sin embargo,  en algunas zonas de Europa se juzgaron y sentenciaron como brujas a varios lobos, según  E.W. Monter: Witchcraft in France and Switzerland: The Borderlands during the Reformation (Ithaca, 1976). No obstante, la acusación de metamorfosis no apareció con frecuencia en los juicios como para considerarla integrante del concepto acumulativo de brujería.


BRUIXES: INDEX

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