Muerte de la Diosa, nacimiento de la crueldad


      La nueva divinidad masculina es un modelo de dominio y control que expresa el deseo humano de dar forma e imponer orden sobre lo creado. En la Edad del Hierro el hombre empieza a influir sobre el medio natural, construyendo canalizaciones, caminos… etc. Con la ayuda del caballo y el carro de guerra se apropia de otros territorios por conquista. El  hombre (el rey, el líder) gusta de ganarse el aplauso y la devoción de otros hombres, surgiendo un sentido creciente de individualidad. El hombre pierde sus lazos comunales con la aparición de la ganadería y su necesidad de asegurarse la transmisión del ganado a un heredero de su propia sangre, según F. Engels, ocasiona la esclavitud de la mujer.

      La imagen de la sobrecogedora fuerza creativa-destructiva de la diosa (“zoé”) era el león, mientras que el toro era la imagen de la vida creadora, de la “bios” que tenía que ser sacrificada anualmente para su propia renovación. La imagen del león dando muerte al toro plasmaba esta necesidad perenne. La Diosa se representaba a menudo de pie sobre un león, como Qudsh de Siria o sobre un tigre como la diosa hindú Durga, o sentada sobre un carro tirado por leones, como la Cibeles de Anatolia y Roma. 


La diosa de la lluvia (Inanna-Istar) con rayos en la mano sobre un león alado. Inanna triunfante sobre un león. Cilindros acadios c. 2334-2154 a.C. 





Estela de Qaha,  dinastía XIX.  La diosa siria de la fertilidad Qudsh montada sobre un león y a su izquierda el dios egipcio de la fertilidad Min. A la derecha la diosa siria Anath, en el British Museum



La diosa hindú Durga y Cibeles sentada sobre un carro tirado por leones

      Al desarrollarse la cultura del dios, éste usurpó los poderes del león e hizo suya la imagen del sol. El rey pasó a encarnar los poderes del dios y asumió las imágenes del león y del sol. En ese momento, la imagen del león matando al toro toma un significado diferente: ahora simboliza la victoria de la religión solar de los dioses celestes sobre la religión lunar de la Diosa: la victoria de Marduk sobre Tiamat.

      El Enuma Elish contiene en germen las tres ideas principales de la Edad del Hierro:

-          La supremacía del dios padre sobre la diosa madre.
-          La idea de oposición (dualismo) en la lucha entre dios y diosa.
-          La asociación de la luz, el orden y el bien con el dios, y el caos, la oscuridad y el mal con la diosa.

      Esto se tradujo en la polarización del espíritu-naturaleza, mente-cuerpo… la una, divina y buena y el otro “caído” y “maligno”. Cuando esta oposición se simplificó en exceso, de manera burda, el aspecto “masculino” de la vida se identificó con el espíritu, la luz, el orden y la mente, que eran buenos; y el aspecto “femenino” de la vida se identificó con la naturaleza, la oscuridad, el caos y el cuerpo, que eran malos.

      Esta oposición condujo a la idea de la “guerra santa”, a la guerra de las fuerzas del “bien” contra las fuerzas del “mal”, relacionadas con dicha oposición. Durante la Edad del Hierro los distintos grupos sacerdotales afianzaron la supremacía del dios padre, conocimiento adquirido por “revelación divina”. Al igual que había un único sol, había un único salvador, el dios supremo, el dios de los dioses –no el Uno que es imagen de unidad-, sino el Uno que sobresale, solo y por encima de todo.

3. La “revelación” y el dios supremo.

      Fueron influjos dispares que se combinaron para crear las “revelaciones” judías y cristianas. También fueron varias las circunstancias históricas que condujeron a una religión monoteísta con un dios supremo.  Fue Babilonia la que suministró el germen de estas ideas, que condujeron al zoroastrismo persa, al judaísmo, al cristianismo y al islam. La idea de que lo “femenino” es caótico, destructivo, demoníaco y ha de ser temido y dominado, surge en Babilonia. Esta idea fue reforzada por el cristianismo primitivo, especialmente por Pablo y los Padres de la Iglesia y la podemos seguir en la reticencia actual en que las mujeres se ordenen sacerdotes. Este desprecio por lo femenino, en un sentido más amplio, puede explicar en gran medida el desprecio característico del siglo XX por nuestro planeta, nuestra “madre naturaleza”.




San Pablo, Sap Gregorio y San Agustín

      Cuando a los valores de una cultura antigua se les superponen los de otra, los valores despreciados no se desvanecen en el pasado ni dejan de existir. Más bien, pasan a formar parte del inconsciente de la raza, donde siguen influyendo en la psique consciente. Como los valores rechazados son ahora inconscientes, suele prevalecer la tendencia a la obstrucción: o son demasiado débiles como para tener efecto alguno o se exageran, de modo que en cualquiera de los dos extremos surge la distorsión.

      Según la hipótesis de Jung nada se pierde en la psique y, más aún, lo que parece haberse perdido debe encontrarse si esperamos que la psique funcione a su máximo nivel de capacidad, aunque yo no entiendo muy bien como, ni dónde  ocurre el fenómeno de que la psique actúe a su máxima capacidad.

      Nuestra cultura manifiesta un prejuicio contra los niveles más profundos e instintivos de la psique, porque son irracionales, caóticos e incontrolables (características femeninas); a este prejuicio se añade la idea asumida de que el único principio ordenador de la psique deriva del ejercicio “masculino” de la “razón”, que puede formular las leyes de la consciencia capaces de ser intelectualmente definidas.

      La idea de que la espontaneidad tiene su propio orden –de que hay en el inconsciente personal y colectivo una justicia innata e inherente, una “inteligencia” que es más amplia que el intelecto, y por lo tanto la incluye- no pertenece a nuestros paradigmas culturales.

      Es importante saber cómo y porque utilizar los términos “femenino” y “masculino”, “hembra” y “macho”. Se debería utilizar en el sentido del “yin” y el “yang”, la de lo receptivo y lo activo. Durante el Paleolítico el arquetipo femenino se expresa en la figura de la diosa andrógina: era tanto el útero como la fuerza de la generación. En la metáfora neolítica la Diosa era el cielo, la tierra y las aguas subterráneas. Posteriormente, en Mesopotamia, se separan los arquetipos femenino y masculino, y la diosa era la tierra y el dios era el cielo. En Egipto la diosa es el cielo y el dios la tierra. En la Alemania actual y en Japón la luna es masculina y el sol femenino. En la mayoría de naciones es al revés. En nuestro mundo, los países son “patrias” en lugar de “matrias”.

      En la Edad del Hierro estos términos adquirieron su significado actual: lo femenino como caos, oscuridad… y lo masculino como luz y orden. Se han mantenido durante 4000 años, comenzando a cuestionarse en la actualidad.

4. La guerra como sistema de valores de la Edad del Hierro.

      El Enuma Elish ofreció un paradigma de comportamiento divino que se utilizó para justificar la violación de la vida. La aparición del culto babilónico a Marduk coincidió con la glorificación de la guerra. Los imperios babilónicos y asirios cometieron las más bárbaras de las crueldades: cuerpos desollados vivos, ojos arrancados y miembros amputados, miles de prisioneros asesinados…





Ramses II destruye a los libios (c. 1260 a.C. Abu Simbel)



Los asirios en el 664 a.C. reanudan la guerra contra Egipto y asedian, saquean y queman Tebas


      La mayoría de los hombres tenían que ser guerreros y defender su comunidad, vengar a sus muertos y honrar su apellido. La guerra era el camino natural y justo que debía seguir un hombre para servir a sus dioses, a su rey y a su país. Como la caza paleolítica, la guerra reunía a los hombres en torno a una finalidad, con una intensidad tal que no podía compararse con arar los campos o apacentar los ganados. Campbell señala como las dos grandes obras de la mitología guerrera de occidente a la Iliada y el Antiguo Testamento, con la diferencia de que en la primera los numerosos dioses ofrecen su apoyo y ayuda a ambos bandos, mientras que en el Antiguo Testamento su único dios omnipotente no respeta ni compadece al enemigo




Guerreros asirios según un grabado asirio siglo IV a.C.

      A lo largo de la Edad de Hierro se impusieron sucesivamente cinco grandes imperios: Babilonia, Asiria, Persia, Grecia y Roma. Durante esta época el crecimiento orgánico de la psique se interrumpió abruptamente, al quedar irrevocablemente rota la íntima relación, establecida a lo largo de muchos milenios, de las gentes con una tierra específica. Grupos tribales enteros fueron desplazados de sus tierras o esclavizados, puesto que la prosperidad agrícola de estos imperios dependía del trabajo de esclavos. Las mujeres y los niños a menudo eran tomados como esclavos cuando sus padres o esposos eran asesinados o cuando los piratas saqueaban las costas en busca de botín.



Mosaico romano con un grupo de esclavos trillando el trigo

      El rey asirio Tiglatpileser III (745-727 a.C.) fue el primero en realizar deportaciones masivas de población babilónicas vencidas. Salmanasar V siguió a su padre y en 721 a.C. dispersó a las diez tribus de Israel por el imperio asirio. El rey persa Ciro en el 538 a.C. devolvió al pueblo judío exiliado a su tierra. Las gentes que sufren brutalidades crean dioses y diosas brutales que  encarnan por turnos la brutalidad de los hombres. Es el cado de Erra, el dios asirio de la muerte y la masacre indiscriminada, que adquiere suma importancia durante el esplendor asirio. Cuando los medos y babilónicos vencieron a los asirios, el pueblo que durante siglos había sido el azote y el horror de las naciones, fue aniquilado… Ningún pueblo ha sido jamás exterminado tan completamente como los asirios según Eduard Meyer. Los asirios se jactaban de su violencia.



Relieve asirio. Despues de la conquista de la Ciudad Lachish de Judea por el rey Senacherib, sentado en su trono, recibe a los prisioneros de Lachish 



Deportación de los vencidos en Astartu (Jordania) por Tiglatpileser III. Siglo VIII a.C., Museo del Louvre.



Obelisco de  Salmanasar V, 824 a.C. British Museum, sumisión y  entrega de tributos de los vencidos

      “No dejé a uno solo, joven o viejo, con sus cadáveres llené las anchas calles de la ciudad…” (Senaquerib 704-681 a.C.)

     “¡No respetes a ningún dios! ¡No temas a ningún hombre!” Da muerte tanto a jóvenes como a viejos, al lactante y al bebé, ¡no dejes a ninguno!” (Poema de Erra)

      Las religiones asirias, babilónicas y hebreas se volvieron fatalistas y una hueste de demonios plagó las mentes de las gentes día y noche. Cuanto más contacto perdía el pueblo con los valores que lo habían guiado de manera instintiva, con mayor intensidad les poseía el “furor bellicus”, la sed de sangre.



Asirios desollando a a los prisioneros de Lachish. Imperio asirio 700-692 aC
Los paneles de piedra del Palacio del Sur-Oeste de Senaquerib
Nínive. (actual Iraq septentrional)
Sala XXXVI, paneles 9-10.


Comentaris

Entrades populars